Los últimos Santos de categoría 3
Por: Abimael Castro Rivera y Amarilys Arocho Barreto
La temporada de huracanes de 1876 trascendió con la formación de apenas 5 ciclones tropicales, de los cuales 4 se desarrollaron en el mes de septiembre y el restante hacia mediados del mes de octubre. De estos ciclones, 2 fueron huracanes intensos; esto es, de categoría 3 o más. Entre estos se destaca el huracán San Felipe I. Este huracán impactó el noreste de las Antillas Menores y a las islas que componen las Antillas Mayores, esto nueve años posterior a la “La triple condena”.
San Felipe I fue considerado, en aquel entonces, como un temporal de mayor impacto que San Narciso (ocurrido en 1867) y como uno de los grandes huracanes del siglo XIX. La abolición de la esclavitud, tres años antes de este temporal, resultó en diversas transformaciones en la isla. Las condiciones económicas y políticas no eran las óptimas, con la excepción que tuvo el auge inicial en la siembra de tabaco, café y azúcar. Dichas cosechas eran prometedoras tanto para el consumo local como para la exportación; esto, claro está, antes de que fuesen devastadas por San Felipe I. Su clasificación como ciclón data al 12 de septiembre, cuando se ubicaba justo al este de la isla de Antigua en las Antillas Menores. En ese entonces, San Felipe I ya era huracán categoría 1, con vientos de 80 mph. En un lapso no mayor a 24 horas San Felipe alcanzó la categoría 3; en ese momento se encontraba al este de Vieques. Entra a Puerto Rico como huracán categoría 3 en la mañana del día 13 de septiembre entre los municipios de Humacao y Yabucoa. Su trayectoria fue de este a oeste, saliendo, finalmente, por Mayagüez como un huracán categoría 2.
Su trayectoria sobre la Isla fue de alrededor de 10 horas, periodo en el cual se produjeron ráfagas vientos de entre 65 y 110 mph. Las estaciones meteorológicas sufrieron daños por el paso del huracán, por lo cual no hubo registro de vientos superiores a esas magnitudes de viento. Dejó cerca de 5” de lluvia; valores registrados utilizando, por primera vez, el pluviómetro durante el paso de un huracán. Entretanto, la lectura de presión atmosférica más baja se reportó en San Juan: 29.20” de mercurio o 988.8 milibares.
El paso de San Felipe I causó cerca de 20 muertes. Cabe destacar que al momento del paso de su paso había una población de aproximadamente 700,000 habitantes. Cerca del 70% de esa población vivía en ranchos y bohíos susceptibles a estos fenómenos atmosféricos. De hecho, el gobernador de ese momento, don Segundo de la Portilla, describió a “multitudes de personas desnudas, tristes, hambrientas y sin hogar”, puesto a que la mayoría de las viviendas no resistieron el gran embate del huracán. Estructuras más fuertes también sufrieron daños, como lo fue un puente en Guayama, iglesias, fábricas y haciendas a través del este de Puerto Rico y la isla de Vieques. En relación al sector agrícola, las plantaciones de tabaco se vieron muy afectadas. El café también sufrió daños severos a través de los municipios del oeste e interior.
En aquel entonces, el Gobierno español hacía alusión a que las autoridades municipales estaban exagerando el evento, por que creó la Junta Local de Beneficencia como un ente para llevar a cabo un análisis de daños y pérdidas. Dicha Junta también estaría encargada de administrar fondos y préstamos con dineros restantes a los colectados luego del azote de San Narciso. Las pérdidas monetarias, periódicos e informes de ese periodo señalaron valores ínfimos, comparados con la magnitud de esta catástrofe. Se comentó de valores ascendentes a 91,221 pesos, la mayoría relacionados a daños a puertos o zonas marítimas del norte y este de la isla. Fue el municipio costero de Humacao, de hecho, el de mayor perdida en términos monetarios (44,822 pesos).
El paso de San Felipe I tuvo la peculiaridad de haber provocado la visita de un famoso científico y estudioso de los ciclones: el Padre Benito Viñes, director del Observatorio Magnético y Meteorológico del Real Colegio de Belén, quien vino desde Cuba para recopilar datos mediante examinaciones oculares. De igual forma, fue el primer temporal donde se recopilaron datos de la física de la atmósfera asociados a estos fenómenos meteorológicos. Así pues, el estudioso estimó que el diámetro de San Felipe I fue de alrededor de 185 millas, con un vórtice de menos de 10 millas. La distancia estimada del vórtice, de haber sido una medida certera, implicaría que los efectos más violentos de este huracán fueron localizados; esto es, concentrados en un área pequeña a través de su paso de este a oeste.
Diecisiete años más tarde, Puerto Rico recibió el azote de otro gran huracán categoría 3: el huracán San Roque. Durante la temporada ciclónica de 1893 se desarrollaron 12 ciclones tropicales, clasificándose como una normal en cuanto a número de ciclones se refiere. El número de huracanes respecto al total de ciclones fue, sin embargo, considerablemente alta: de los 12 ciclones, 9 fueron huracanes y de estos, 5 fueron intensos. San Roque tuvo origen al sur de la latitud 10°N y la longitud 50.5°O el 13 de agosto, con intensidad de tormenta. Pese a su baja latitud, un movimiento súbito hacia el noroeste, acercó el temporal hacia nuestra zona. En la mañana del 16 de agosto, día de San Roque, el cielo daba señales de mal tiempo. El viento soplaba cada vez más fuerte y era acompañado con vigorosos aguaceros. Esta situación se fue agravando con el paso de las horas y la disminución del barómetro confirmaba que un fenómeno se atmosférico se acercaba. Así lo evidenciaban telegramas provenientes de Santo Tomas, los cuales alertaban que en las islas vecinas la condición del tiempo se agravaba.
La llegada de San Roque a Puerto Rico se anunció izando banderas en las aduanas y algunos edificios gubernamentales; esta fue la primera vez que se utilizó este sistema como alerta ante una amenaza ciclónica: primero se elevó una bandera roja; luego azul y amarilla, y, por último la bandera negra, que revelaba la llegada de San Roque. Estos colores eran cónsonos a la amenaza de un ciclón, siendo el color rojo el que represente un potencial de impacto bajo o lejano y el negro inminente. Fue entonces cuando la noche del 16 de agosto el huracán hizo entrada por el sureste de la isla, entre Patillas y Maunabo, saliendo la madrugada del 17 por Quebradillas. En horas de la noche, cuando San Roque entró, los instrumentos de medición de vientos colapsaron. Antes de su colapso, se registró una lectura máxima de tan solo 55 mph. Respecto a la lluvia, solo hubo registros máximos 2.36”, mientras que la presión barométrica tuvo una lectura baja, de hasta 987.8 milibares. Esa noche, reinó la oscuridad debido al fallo del sistema de alumbrado. Por otro lado, el fuerte oleaje destrozó embarcaciones, y arrastró sus pedazos hasta la orilla; pero el impacto más doloroso, fue la pérdida de cuatro vidas.
Los informes indican que el centro de San Roque estuvo alrededor de 7 horas sobre Puerto Rico. El viento que sacudió a la Isla afectó las casas más débiles (ranchos y bohíos) y a estaciones de ferrocarril. Mucha vegetación no resistió su embate. Hubo impactos también en la agricultura, siendo el café el que registró mayores pérdidas. Las líneas del telégrafo fueron afectadas y las rutas del correo terrestre quedaron obstruidas, provocando un atraso de flujo de información sobres los daños provocados en diferentes partes de la isla. En términos económicos, el pueblo más afectado fue Loíza con 3,000 pesos en pérdida. Otros municipios afectados fueron Hatillo, Trujillo Alto y Naranjito.
En el 1932, casi cuatro décadas más tarde del paso de San Roque, y a apenas 4 años después de haber recibido el azote de San Felipe II ―el único huracán categoría 5 en la isla― otro huracán categoría 3 impactó a Puerto Rico: el huracán San Ciprián, también nombrado como San Cipriano. San Ciprián coincidió con varios eventos que se estaban dando en la isla: con el periodo de elecciones, con protestas por parte de agricultores y con el inicio de la Gran Depresión en Estados Unidos. La manifestación de tales eventos produjo que Puerto Rico estuviese a la merced de la furia de este temporal.
San Ciprián se desarrolló en una temporada ciclónica donde se formaron 11 ciclones. De esos, 5 fueron tormentas tropicales y 6 fueron huracanes, 4 de ellos intensos (esto es, categoría 3 o más). Su primer informe data de septiembre 25, cuando ubicaba en la latitud 16.3°N y longitud 56.3°O. En ese momento, San Ciprián ya estaba constituido como tormenta tropical y sus vientos oscilaban alrededor de las 60 mph. Una fuerte alta presión interrumpió el movimiento inicial hacia el noroeste, provocando un curso más al oeste. Ese mismo día alcanzó la clasificación de huracán, mientras que el día 26 ya era un huracán intenso de categoría 3 con vientos de 115 mph y una presión barométrica de 948 milibares. En esta mañana se difundió el aviso de temporal a través de informes especiales provenientes de las Islas Vírgenes, en los cuales se confirmaba que el huracán se dirigía hacia Puerto Rico.
Esa noche, cuando brillaba la luna cuarto menguante, la naturaleza volvió a mostrar su fuerza: el huracán San Ciprián azotó a Vieques, luego entró por Humacao siguiendo una trayectoria de este a oeste hasta salir por Mayagüez la mañana del día siguiente. Sus vientos asechaban a una velocidad de 120 mph, prevaleciendo como un huracán categoría 3. Su presión barométrica sobre tierra fue de 28.95 pulgadas de mercurio (980 mb) en San Juan y de 27.70 pulgadas de mercurio (938 mb) en Ceiba. Cabe destacar que, al igual que en los pasados huracanes intensos, la torre que poseía los instrumentos de mediciones meteorológicas fue derribada, en este caso, a eso de las 12 de la media noche. La lectura más alta de precipitación fue de poco más de 16.5”, en Maricao.
San Ciprián afectó significativamente a 46 municipios, siendo de gran impacto a la economía y a los propietarios de viviendas. Se indicó que 42,431 edificios sufrieron algún tipo de efecto dado a los vientos del temporal. También, aproximadamente unas 76,600 familias perdieron sus pertenencias; por ejemplo, en la zona central, se indicó que un 30% de las residencias se vieron muy afectadas a raíz del temporal. Por otro lado, 863 salones de las escuelas fueron afectados o totalmente destruidos. En el caso de la agricultura, la industria cafetalera fue la más afectada La industria del tabaco también sufrió daño, mayormente en Caguas, ya que perdieron varias de sus fábricas. Entretanto, el sector de la caña de azúcar no se vio tan afectado. Todos estos impactos se dieron en un contexto donde la isla y sus residentes aún se estaban recuperando del temporal San Felipe II del 1928.
Este temporal acabó con la vida de alrededor de 220 personas e hirió alrededor de 4,800 más, la mayoría habitantes del norte de la Isla. Una de las causas principales de estas muertes fue la caída de edificios durante el huracán. El caso más escalofriante ocurrió en Arecibo, debido a que, durante el azote del temporal, se derrumbó completamente un edificio, quedando cientos de personas atrapadas y provocando la muerte de 24. De igual forma, en Río Piedras se suscitaron eventos similares, con la muerte de 15 personas y cerca de 700 heridos. Otras muertes fueron atribuidas al impacto de proyectiles y a ahogamientos. En términos monetarios, los daños totales de propiedades y cultivo se estimaron en $30 millones, en aquel entonces.
Ante toda esta situación, por iniciativa del Gobernador Beverly, se creó la Comisión Ejecutiva de Auxilio y Rehabilitación. Se crearon además, otras dos comisiones, una para la restricción de los precios y la otra para recaudar fondo con el propósito de brindar ayuda a las personas más afectadas por el temporal. De igual forma, el Gobierno Insular contribuyó $164,285 al fondo de emergencia creado luego del huracán de San Felipe II. Por otro lado, también hubo aportaciones la Cruz Roja Americana y otras organizaciones.
Durante el periodo comprendido entre los años 1876 y 1932, se finalizó con la técnica de nombrar a los huracanes según el día del Santo del día en que azotaban a un territorio. Es por esta razón que, estos tres huracanes fueron los últimos “Santos” bajo esa tradición de nombrar temporales. A partir del año 1940 es cuando se comienza a utilizar paulatinamente un listado de nombres, en el cual se alternan el uso de nombres masculinos y femeninos; técnica que se emplea hoy día alrededor del mundo. No fue hasta después de la década del 1960 que la transición al uso de nombres oficiales se completa en la cuenca del Atlántico, donde se originan nuestras amenazas ciclónicas.
San Felipe I fue considerado, en aquel entonces, como un temporal de mayor impacto que San Narciso (ocurrido en 1867) y como uno de los grandes huracanes del siglo XIX. La abolición de la esclavitud, tres años antes de este temporal, resultó en diversas transformaciones en la isla. Las condiciones económicas y políticas no eran las óptimas, con la excepción que tuvo el auge inicial en la siembra de tabaco, café y azúcar. Dichas cosechas eran prometedoras tanto para el consumo local como para la exportación; esto, claro está, antes de que fuesen devastadas por San Felipe I. Su clasificación como ciclón data al 12 de septiembre, cuando se ubicaba justo al este de la isla de Antigua en las Antillas Menores. En ese entonces, San Felipe I ya era huracán categoría 1, con vientos de 80 mph. En un lapso no mayor a 24 horas San Felipe alcanzó la categoría 3; en ese momento se encontraba al este de Vieques. Entra a Puerto Rico como huracán categoría 3 en la mañana del día 13 de septiembre entre los municipios de Humacao y Yabucoa. Su trayectoria fue de este a oeste, saliendo, finalmente, por Mayagüez como un huracán categoría 2.
Su trayectoria sobre la Isla fue de alrededor de 10 horas, periodo en el cual se produjeron ráfagas vientos de entre 65 y 110 mph. Las estaciones meteorológicas sufrieron daños por el paso del huracán, por lo cual no hubo registro de vientos superiores a esas magnitudes de viento. Dejó cerca de 5” de lluvia; valores registrados utilizando, por primera vez, el pluviómetro durante el paso de un huracán. Entretanto, la lectura de presión atmosférica más baja se reportó en San Juan: 29.20” de mercurio o 988.8 milibares.
El paso de San Felipe I causó cerca de 20 muertes. Cabe destacar que al momento del paso de su paso había una población de aproximadamente 700,000 habitantes. Cerca del 70% de esa población vivía en ranchos y bohíos susceptibles a estos fenómenos atmosféricos. De hecho, el gobernador de ese momento, don Segundo de la Portilla, describió a “multitudes de personas desnudas, tristes, hambrientas y sin hogar”, puesto a que la mayoría de las viviendas no resistieron el gran embate del huracán. Estructuras más fuertes también sufrieron daños, como lo fue un puente en Guayama, iglesias, fábricas y haciendas a través del este de Puerto Rico y la isla de Vieques. En relación al sector agrícola, las plantaciones de tabaco se vieron muy afectadas. El café también sufrió daños severos a través de los municipios del oeste e interior.
En aquel entonces, el Gobierno español hacía alusión a que las autoridades municipales estaban exagerando el evento, por que creó la Junta Local de Beneficencia como un ente para llevar a cabo un análisis de daños y pérdidas. Dicha Junta también estaría encargada de administrar fondos y préstamos con dineros restantes a los colectados luego del azote de San Narciso. Las pérdidas monetarias, periódicos e informes de ese periodo señalaron valores ínfimos, comparados con la magnitud de esta catástrofe. Se comentó de valores ascendentes a 91,221 pesos, la mayoría relacionados a daños a puertos o zonas marítimas del norte y este de la isla. Fue el municipio costero de Humacao, de hecho, el de mayor perdida en términos monetarios (44,822 pesos).
El paso de San Felipe I tuvo la peculiaridad de haber provocado la visita de un famoso científico y estudioso de los ciclones: el Padre Benito Viñes, director del Observatorio Magnético y Meteorológico del Real Colegio de Belén, quien vino desde Cuba para recopilar datos mediante examinaciones oculares. De igual forma, fue el primer temporal donde se recopilaron datos de la física de la atmósfera asociados a estos fenómenos meteorológicos. Así pues, el estudioso estimó que el diámetro de San Felipe I fue de alrededor de 185 millas, con un vórtice de menos de 10 millas. La distancia estimada del vórtice, de haber sido una medida certera, implicaría que los efectos más violentos de este huracán fueron localizados; esto es, concentrados en un área pequeña a través de su paso de este a oeste.
Diecisiete años más tarde, Puerto Rico recibió el azote de otro gran huracán categoría 3: el huracán San Roque. Durante la temporada ciclónica de 1893 se desarrollaron 12 ciclones tropicales, clasificándose como una normal en cuanto a número de ciclones se refiere. El número de huracanes respecto al total de ciclones fue, sin embargo, considerablemente alta: de los 12 ciclones, 9 fueron huracanes y de estos, 5 fueron intensos. San Roque tuvo origen al sur de la latitud 10°N y la longitud 50.5°O el 13 de agosto, con intensidad de tormenta. Pese a su baja latitud, un movimiento súbito hacia el noroeste, acercó el temporal hacia nuestra zona. En la mañana del 16 de agosto, día de San Roque, el cielo daba señales de mal tiempo. El viento soplaba cada vez más fuerte y era acompañado con vigorosos aguaceros. Esta situación se fue agravando con el paso de las horas y la disminución del barómetro confirmaba que un fenómeno se atmosférico se acercaba. Así lo evidenciaban telegramas provenientes de Santo Tomas, los cuales alertaban que en las islas vecinas la condición del tiempo se agravaba.
La llegada de San Roque a Puerto Rico se anunció izando banderas en las aduanas y algunos edificios gubernamentales; esta fue la primera vez que se utilizó este sistema como alerta ante una amenaza ciclónica: primero se elevó una bandera roja; luego azul y amarilla, y, por último la bandera negra, que revelaba la llegada de San Roque. Estos colores eran cónsonos a la amenaza de un ciclón, siendo el color rojo el que represente un potencial de impacto bajo o lejano y el negro inminente. Fue entonces cuando la noche del 16 de agosto el huracán hizo entrada por el sureste de la isla, entre Patillas y Maunabo, saliendo la madrugada del 17 por Quebradillas. En horas de la noche, cuando San Roque entró, los instrumentos de medición de vientos colapsaron. Antes de su colapso, se registró una lectura máxima de tan solo 55 mph. Respecto a la lluvia, solo hubo registros máximos 2.36”, mientras que la presión barométrica tuvo una lectura baja, de hasta 987.8 milibares. Esa noche, reinó la oscuridad debido al fallo del sistema de alumbrado. Por otro lado, el fuerte oleaje destrozó embarcaciones, y arrastró sus pedazos hasta la orilla; pero el impacto más doloroso, fue la pérdida de cuatro vidas.
Los informes indican que el centro de San Roque estuvo alrededor de 7 horas sobre Puerto Rico. El viento que sacudió a la Isla afectó las casas más débiles (ranchos y bohíos) y a estaciones de ferrocarril. Mucha vegetación no resistió su embate. Hubo impactos también en la agricultura, siendo el café el que registró mayores pérdidas. Las líneas del telégrafo fueron afectadas y las rutas del correo terrestre quedaron obstruidas, provocando un atraso de flujo de información sobres los daños provocados en diferentes partes de la isla. En términos económicos, el pueblo más afectado fue Loíza con 3,000 pesos en pérdida. Otros municipios afectados fueron Hatillo, Trujillo Alto y Naranjito.
En el 1932, casi cuatro décadas más tarde del paso de San Roque, y a apenas 4 años después de haber recibido el azote de San Felipe II ―el único huracán categoría 5 en la isla― otro huracán categoría 3 impactó a Puerto Rico: el huracán San Ciprián, también nombrado como San Cipriano. San Ciprián coincidió con varios eventos que se estaban dando en la isla: con el periodo de elecciones, con protestas por parte de agricultores y con el inicio de la Gran Depresión en Estados Unidos. La manifestación de tales eventos produjo que Puerto Rico estuviese a la merced de la furia de este temporal.
San Ciprián se desarrolló en una temporada ciclónica donde se formaron 11 ciclones. De esos, 5 fueron tormentas tropicales y 6 fueron huracanes, 4 de ellos intensos (esto es, categoría 3 o más). Su primer informe data de septiembre 25, cuando ubicaba en la latitud 16.3°N y longitud 56.3°O. En ese momento, San Ciprián ya estaba constituido como tormenta tropical y sus vientos oscilaban alrededor de las 60 mph. Una fuerte alta presión interrumpió el movimiento inicial hacia el noroeste, provocando un curso más al oeste. Ese mismo día alcanzó la clasificación de huracán, mientras que el día 26 ya era un huracán intenso de categoría 3 con vientos de 115 mph y una presión barométrica de 948 milibares. En esta mañana se difundió el aviso de temporal a través de informes especiales provenientes de las Islas Vírgenes, en los cuales se confirmaba que el huracán se dirigía hacia Puerto Rico.
Esa noche, cuando brillaba la luna cuarto menguante, la naturaleza volvió a mostrar su fuerza: el huracán San Ciprián azotó a Vieques, luego entró por Humacao siguiendo una trayectoria de este a oeste hasta salir por Mayagüez la mañana del día siguiente. Sus vientos asechaban a una velocidad de 120 mph, prevaleciendo como un huracán categoría 3. Su presión barométrica sobre tierra fue de 28.95 pulgadas de mercurio (980 mb) en San Juan y de 27.70 pulgadas de mercurio (938 mb) en Ceiba. Cabe destacar que, al igual que en los pasados huracanes intensos, la torre que poseía los instrumentos de mediciones meteorológicas fue derribada, en este caso, a eso de las 12 de la media noche. La lectura más alta de precipitación fue de poco más de 16.5”, en Maricao.
San Ciprián afectó significativamente a 46 municipios, siendo de gran impacto a la economía y a los propietarios de viviendas. Se indicó que 42,431 edificios sufrieron algún tipo de efecto dado a los vientos del temporal. También, aproximadamente unas 76,600 familias perdieron sus pertenencias; por ejemplo, en la zona central, se indicó que un 30% de las residencias se vieron muy afectadas a raíz del temporal. Por otro lado, 863 salones de las escuelas fueron afectados o totalmente destruidos. En el caso de la agricultura, la industria cafetalera fue la más afectada La industria del tabaco también sufrió daño, mayormente en Caguas, ya que perdieron varias de sus fábricas. Entretanto, el sector de la caña de azúcar no se vio tan afectado. Todos estos impactos se dieron en un contexto donde la isla y sus residentes aún se estaban recuperando del temporal San Felipe II del 1928.
Este temporal acabó con la vida de alrededor de 220 personas e hirió alrededor de 4,800 más, la mayoría habitantes del norte de la Isla. Una de las causas principales de estas muertes fue la caída de edificios durante el huracán. El caso más escalofriante ocurrió en Arecibo, debido a que, durante el azote del temporal, se derrumbó completamente un edificio, quedando cientos de personas atrapadas y provocando la muerte de 24. De igual forma, en Río Piedras se suscitaron eventos similares, con la muerte de 15 personas y cerca de 700 heridos. Otras muertes fueron atribuidas al impacto de proyectiles y a ahogamientos. En términos monetarios, los daños totales de propiedades y cultivo se estimaron en $30 millones, en aquel entonces.
Ante toda esta situación, por iniciativa del Gobernador Beverly, se creó la Comisión Ejecutiva de Auxilio y Rehabilitación. Se crearon además, otras dos comisiones, una para la restricción de los precios y la otra para recaudar fondo con el propósito de brindar ayuda a las personas más afectadas por el temporal. De igual forma, el Gobierno Insular contribuyó $164,285 al fondo de emergencia creado luego del huracán de San Felipe II. Por otro lado, también hubo aportaciones la Cruz Roja Americana y otras organizaciones.
Durante el periodo comprendido entre los años 1876 y 1932, se finalizó con la técnica de nombrar a los huracanes según el día del Santo del día en que azotaban a un territorio. Es por esta razón que, estos tres huracanes fueron los últimos “Santos” bajo esa tradición de nombrar temporales. A partir del año 1940 es cuando se comienza a utilizar paulatinamente un listado de nombres, en el cual se alternan el uso de nombres masculinos y femeninos; técnica que se emplea hoy día alrededor del mundo. No fue hasta después de la década del 1960 que la transición al uso de nombres oficiales se completa en la cuenca del Atlántico, donde se originan nuestras amenazas ciclónicas.
Referencias consultadas y otros recursos de interés
Caldera Ortiz, L. 2017. Historia de los ciclones y huracanes tropicales en Puerto Rico. Coamo, Puerto Rico: Editoral El Jagüey.
Humphreys, W.J. 1932. West Indian Hurricanes of August and September, 1932. Monthly Weather Review 60 (9): 177-179.
Karns-Champling, H. 1933. Tropical Hurricanes. The Saturday Evening Post. [Descripción de los efectos del Huracán San Ciprián; cortesía de Nancy Villanueva Colón].
Miner Solá, E. 2000. Historia de los huracanes en Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico: First Book Publishing.
Pérez, O. 1970. Notes on the Tropical Cyclones of Puerto Rico, 1508-1790. National Weather Service - National Oceanic and Atmospheric Administration.
Ramírez, R. 1932. Los huracanes en Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico: Universidad de Puerto Rico.
Salivia, L. 1972. Historia de los temporales de Puerto Rico y las Antillas. San Juan, Puerto Rico: Editorial Edil.
Weather Underground Hurricane and Tropical Cyclones Archive: https://www.wunderground.com/hurricane/hurrarchive.asp
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Karns-Champling, H. 1933. Tropical Hurricanes. The Saturday Evening Post. [Descripción de los efectos del Huracán San Ciprián; cortesía de Nancy Villanueva Colón].
Miner Solá, E. 2000. Historia de los huracanes en Puerto Rico. San Juan, Puerto Rico: First Book Publishing.
Pérez, O. 1970. Notes on the Tropical Cyclones of Puerto Rico, 1508-1790. National Weather Service - National Oceanic and Atmospheric Administration.
Ramírez, R. 1932. Los huracanes en Puerto Rico. Río Piedras, Puerto Rico: Universidad de Puerto Rico.
Salivia, L. 1972. Historia de los temporales de Puerto Rico y las Antillas. San Juan, Puerto Rico: Editorial Edil.
Weather Underground Hurricane and Tropical Cyclones Archive: https://www.wunderground.com/hurricane/hurrarchive.asp