El huracán María y su paso por Orocovis: Un ensayo fotográfico
El 20 de septiembre de 2017, la isla de Puerto Rico fue impactada por el paso de un ciclón tropical categoría 4: el huracán María. Este huracán afectó de gran manera la mayor parte de la isla, impactando no solo la vegetación de Puerto Rico, sino también la infraestructura y la calidad de vida de todos los puertorriqueños y puertorriqueñas. Días antes del paso del huracán me encontraba en mi pueblo natal, Orocovis; fue allí donde pasé el huracán junto con mi mamá, mi hermana y mis abuelos. Mi mamá y mis abuelos ya habían pasado por la experiencia de otros huracanes; ellos exhibían mucha angustia, desespero, frustración y, como decía mi mamá, “incertidumbre por lo que viene luego del huracán.” Yo, al igual que todos los jóvenes de mi generación, nunca había pasado por la experiencia de un huracán; mucho menos por los episodios luego de su paso. Aunque podía imaginar lo que estaba por pasar, no estaba preparado de ninguna manera, mucho menos ante el paso de un sistema meteorológico de tal magnitud.
Luego del último día de preparaciones en la casa –comprando todo lo necesario, llenando el tanque de gasolina del carro, salvaguardando todo lo más que pudiéramos y preparándole un espacio seguro a nuestra mascota– recuerdo cómo a eso de las 11:30 p.m. del 19 de septiembre ya nos encontrábamos incomunicados y a oscuras: cero recepción de celular, nada de internet, ninguna comunicación más allá del entorno de mi hogar. Ya podía escuchar ráfagas en contra de mi ventana, anunciando lo que se avecinaba. Al levantarme el próximo día, y durante el transcurso de los días subsiguientes, todo había cambiado: los techos de las casas y hasta algunas paredes de estas totalmente destruidas, árboles y tendido eléctrico obstruyendo el paso por los caminos, carreteras rotas y obstruidas por deslizamientos de tierra a causa de la lluvia incesante, ríos desbordados y fuera de sus cauces imposibilitando el paso de familias. Eso y mucho más era la orden del día. Era impresionante ver que había carros volcados y hasta amontonados poniendo en peligro las vidas de las personas que estuviesen en la vecindad; la fuerza de los vientos del huracán fueron lo suficientemente poderosos como para poder hacer eso.
Aunque en mi casa no pasó nada grave, tuvimos que esperar a que llegaran personas que nos pudieran ayudar a retirar todo tipo de cable, troncos de árboles y madera que obstruía nuestro paso. Una vez pudimos salir de nuestro entorno hogareño, mientras nos dirigíamos a la casa de mi abuela, mi mamá no podía parar de llorar al ver cómo las casas de personas allegadas a nuestra familia habían sido destruidas. Casas en el suelo o sin techo, con todas sus pertenencias afuera con la esperanza de poder recuperar algo fue lo que observamos en ese corto transcurso entra mi casa y la de mis abuelos.
Más tarde, y de camino a la zona urbana del municipio, al ‘pueblo’, con quien primero nos encontramos con el famoso zapatero de Orocovis, un señor que por años se había ganaba la vida arreglando cualquier tipo de zapato. Estaba sentado frente a lo que era su pequeño estudio de trabajo, ahora totalmente destruido por el paso del Huracán María. Él, al igual que la mayoría de los puertorriqueños, sufrió consecuencias a partir del paso del huracán. Ver al zapatero sentado día tras día en la misma silla frente a su taller, daba la impresión de que, ante tanta destrucción, solo existiese resignación ante la situación.
Durante el trascurso de nuestro recorrido por el pueblo, era impresionante ver hasta dónde llegó el nivel del agua; nivel que se veía por medio de las marcas que dejaron las aguas con tierra en las paredes y en unas sillas que se encontraban fuera de una tienda comercial. Las filas que formaban las personas para poder comprar 10 dólares de gasolina –que por un tiempo fue el límite máximo establecido por persona– eran inigualables. Largas fueron las horas que se pasaron bajo el sol o la lluvia para poder adquirir un poco de gasolina para los autos o para poder encender un poco las plantas eléctricas. Recuerdo haber hecho una fila de siete horas y, justo antes de llegar a la meta, no poder comprar gasolina ya se había agotado.
Con el huracán María, y todos los episodios relacionados a su paso, me di cuenta de lo poco que estábamos preparados para usa situación así, no solo en términos de los preparativos referentes al paso antes, durante y después de un huracán, sino también emocionalmente. Al igual que a mí, estoy seguro que esto le pasó a muchos otros jóvenes de mi generación. Desde el punto de vista de lo material, muchas pertenencias y objetos fueron perdidos en esas semanas e, inclusive, meses después del huracán. Desde un punto de vista más holístico, sin embargo, María nos enseñó mucho y nos expuso a experiencias no vividas: recolectábamos agua de la lluvia y de los ríos, nos bañábamos con cualquier chorrito que cayera de las montañas y lavábamos ropa en conjunto para aprovechar hasta la última gota. En cierta medida, el huracán nos unió a los recursos de nuestra tierra y a todos los seres que dependemos de ella. Fue durante estos tiempos de angustia, desespero, frustración e incertidumbre que también pudimos visualizar y experimentar la solidaridad y ayuda de los puertorriqueños entre sí, al igual que también por medio de asistencia externa.
El paso de un sistema ciclónico causa cambios en todos los ámbitos de la vida, en el entorno que nos rodea y en los diferentes componentes de la sociedad. A partir de todas las situaciones que viví, aprendí muchas cosas; antes del paso de este huracán yo no tenía una imagen clara de lo que era vivir luego del paso de un sistema meteorológico de tal magnitud. Las experiencias y memorias adquiridas me permitirán a mí, y a otras personas de mi generación, a estar más atentos y preparados para una próxima situación, si esta sucede. A seis meses del huracán reflexiono y pienso en las varias dimensiones de un huracán y que, mucho más allá de ser un fenómeno natural, es más bien uno humano y social.
Luego del último día de preparaciones en la casa –comprando todo lo necesario, llenando el tanque de gasolina del carro, salvaguardando todo lo más que pudiéramos y preparándole un espacio seguro a nuestra mascota– recuerdo cómo a eso de las 11:30 p.m. del 19 de septiembre ya nos encontrábamos incomunicados y a oscuras: cero recepción de celular, nada de internet, ninguna comunicación más allá del entorno de mi hogar. Ya podía escuchar ráfagas en contra de mi ventana, anunciando lo que se avecinaba. Al levantarme el próximo día, y durante el transcurso de los días subsiguientes, todo había cambiado: los techos de las casas y hasta algunas paredes de estas totalmente destruidas, árboles y tendido eléctrico obstruyendo el paso por los caminos, carreteras rotas y obstruidas por deslizamientos de tierra a causa de la lluvia incesante, ríos desbordados y fuera de sus cauces imposibilitando el paso de familias. Eso y mucho más era la orden del día. Era impresionante ver que había carros volcados y hasta amontonados poniendo en peligro las vidas de las personas que estuviesen en la vecindad; la fuerza de los vientos del huracán fueron lo suficientemente poderosos como para poder hacer eso.
Aunque en mi casa no pasó nada grave, tuvimos que esperar a que llegaran personas que nos pudieran ayudar a retirar todo tipo de cable, troncos de árboles y madera que obstruía nuestro paso. Una vez pudimos salir de nuestro entorno hogareño, mientras nos dirigíamos a la casa de mi abuela, mi mamá no podía parar de llorar al ver cómo las casas de personas allegadas a nuestra familia habían sido destruidas. Casas en el suelo o sin techo, con todas sus pertenencias afuera con la esperanza de poder recuperar algo fue lo que observamos en ese corto transcurso entra mi casa y la de mis abuelos.
Más tarde, y de camino a la zona urbana del municipio, al ‘pueblo’, con quien primero nos encontramos con el famoso zapatero de Orocovis, un señor que por años se había ganaba la vida arreglando cualquier tipo de zapato. Estaba sentado frente a lo que era su pequeño estudio de trabajo, ahora totalmente destruido por el paso del Huracán María. Él, al igual que la mayoría de los puertorriqueños, sufrió consecuencias a partir del paso del huracán. Ver al zapatero sentado día tras día en la misma silla frente a su taller, daba la impresión de que, ante tanta destrucción, solo existiese resignación ante la situación.
Durante el trascurso de nuestro recorrido por el pueblo, era impresionante ver hasta dónde llegó el nivel del agua; nivel que se veía por medio de las marcas que dejaron las aguas con tierra en las paredes y en unas sillas que se encontraban fuera de una tienda comercial. Las filas que formaban las personas para poder comprar 10 dólares de gasolina –que por un tiempo fue el límite máximo establecido por persona– eran inigualables. Largas fueron las horas que se pasaron bajo el sol o la lluvia para poder adquirir un poco de gasolina para los autos o para poder encender un poco las plantas eléctricas. Recuerdo haber hecho una fila de siete horas y, justo antes de llegar a la meta, no poder comprar gasolina ya se había agotado.
Con el huracán María, y todos los episodios relacionados a su paso, me di cuenta de lo poco que estábamos preparados para usa situación así, no solo en términos de los preparativos referentes al paso antes, durante y después de un huracán, sino también emocionalmente. Al igual que a mí, estoy seguro que esto le pasó a muchos otros jóvenes de mi generación. Desde el punto de vista de lo material, muchas pertenencias y objetos fueron perdidos en esas semanas e, inclusive, meses después del huracán. Desde un punto de vista más holístico, sin embargo, María nos enseñó mucho y nos expuso a experiencias no vividas: recolectábamos agua de la lluvia y de los ríos, nos bañábamos con cualquier chorrito que cayera de las montañas y lavábamos ropa en conjunto para aprovechar hasta la última gota. En cierta medida, el huracán nos unió a los recursos de nuestra tierra y a todos los seres que dependemos de ella. Fue durante estos tiempos de angustia, desespero, frustración e incertidumbre que también pudimos visualizar y experimentar la solidaridad y ayuda de los puertorriqueños entre sí, al igual que también por medio de asistencia externa.
El paso de un sistema ciclónico causa cambios en todos los ámbitos de la vida, en el entorno que nos rodea y en los diferentes componentes de la sociedad. A partir de todas las situaciones que viví, aprendí muchas cosas; antes del paso de este huracán yo no tenía una imagen clara de lo que era vivir luego del paso de un sistema meteorológico de tal magnitud. Las experiencias y memorias adquiridas me permitirán a mí, y a otras personas de mi generación, a estar más atentos y preparados para una próxima situación, si esta sucede. A seis meses del huracán reflexiono y pienso en las varias dimensiones de un huracán y que, mucho más allá de ser un fenómeno natural, es más bien uno humano y social.