Entre María y otras mujeres
Por: Génesis Alondra Condovés Vázquez
La noche del 20 de septiembre de 2017, el huracán María pasó por Adjuntas destruyendo lo que es mi campito. Estuve rodeada por tres mujeres—mi madre, mi abuela y mi tía—que entre los zumbidos y la calma inspiraron en mí este poema: Mujer huracanada.
Mi tía Johanna pasó su cumpleaños con nosotras el 21 de septiembre, el mismo día que pasó el huracán George hace 22 años atrás. En ese entonces, con sólo meses de nacida, pasé el huracán Georges en una cuna en el baño de la misma casa, rodeada también de mujeres y de amor. Durante el huracán María mi madre Yadira mantuvo su perpetua sonrisa entre sus pecas y su pelo riso salvaje; para mí su voz y su risa ya es costumbre. Luego del huracán María, mi tía me acompañó caminando varios kilómetros desde mi barrio hasta el pueblo para visitar a mis abuelos paternos. Mi abuela Agustina, de carácter fuerte y la persona más valiente que he conocido, puso en mis manos el primer machete.
Mi tía Johanna pasó su cumpleaños con nosotras el 21 de septiembre, el mismo día que pasó el huracán George hace 22 años atrás. En ese entonces, con sólo meses de nacida, pasé el huracán Georges en una cuna en el baño de la misma casa, rodeada también de mujeres y de amor. Durante el huracán María mi madre Yadira mantuvo su perpetua sonrisa entre sus pecas y su pelo riso salvaje; para mí su voz y su risa ya es costumbre. Luego del huracán María, mi tía me acompañó caminando varios kilómetros desde mi barrio hasta el pueblo para visitar a mis abuelos paternos. Mi abuela Agustina, de carácter fuerte y la persona más valiente que he conocido, puso en mis manos el primer machete.
Mujer huracanada
En la noche turbia, madre mía
con tu temple y voz canción de cuna,
detona en crescendo.
Un dueto a la violenta ráfaga que entona en mi ventana.
Pelo canoso, luz de luna.
abuela mía,
en tus brazos mi terruño encuentro amparo.
Tu cirio espantó el terror de la cola
en el vacío de la montaña.
Y de día la rubia, tía mía.
Que, dentro de la calma,
labraste camino desde campo adentro.
No me faltaron ganas,
no me faltaron hembras.
Hierbajo en ramillete,
machete empuñado.
Las piernas pesadas con botas sembradas.
No hay lluvia, derrumbe o tronco de árbol roble caído,
que interrumpa el sendero de la mujer huracanada.
Mujeres de monte, fuentes de luz y fuerza,
por la vida dada y compartida
de mi madre, de mi abuela y de mi tía.
con tu temple y voz canción de cuna,
detona en crescendo.
Un dueto a la violenta ráfaga que entona en mi ventana.
Pelo canoso, luz de luna.
abuela mía,
en tus brazos mi terruño encuentro amparo.
Tu cirio espantó el terror de la cola
en el vacío de la montaña.
Y de día la rubia, tía mía.
Que, dentro de la calma,
labraste camino desde campo adentro.
No me faltaron ganas,
no me faltaron hembras.
Hierbajo en ramillete,
machete empuñado.
Las piernas pesadas con botas sembradas.
No hay lluvia, derrumbe o tronco de árbol roble caído,
que interrumpa el sendero de la mujer huracanada.
Mujeres de monte, fuentes de luz y fuerza,
por la vida dada y compartida
de mi madre, de mi abuela y de mi tía.